🍃Pequeñas ratas
Si te digo ballet, vas a pensar en el color blanco. También en delicadeza, gracia, estilo, disciplina… Quizá lo relaciones con las clases altas, algo refinado. Bueno, te cuento cositas en ocho mins.
Cuando empecé a escribir Tierra en las uñas, no pensaba darle más de una o dos entregas como continuación.
El problema es que me encanta esa época de la historia y, especialmente, de la historia de España; así que mientras escribía, me iba tropezando con cosas que requerían un poco más de cuidado.
(Lo que está llevando a la serie a convertirse, precisamente, en una novela de folletín del siglo XIX, esas que se publicaban por entregas en el periódico)
Y lo de tropezar no es un decir
En el último capítulo de la serie, …piensa bien a dónde fueras, un personaje queda observando a otro y susurra «Petit rat…» como un descubrimiento de la condición pasada de a quien mira.
Hay veces que uno se hace fichas de personaje (como en una partida de rol) para los principales de una historia, más que para saber quiénes son, para ser consecuente con lo que han sido.
Bueno, el rasgo de petit rat no estaba entre los de aquel personaje. Sí sabía que debía tener un pasado vinculado a los bajos fondos, la prostitución, la mala vida… Pero todavía no sabía concretamente el qué.
Entonces, por esas cosas que tiene la literatura, un personaje la mira y se da cuenta antes que yo de cuál es su pasado.
Así que vamos a hacer oooootra vez eso que les encanta a los historiadores, porque me apetece hablar de quiénes eran las petits rats.
Nos vamos a saltar, muy tranquilamente, como mirando para otro lado, la parte en la historia del ballet en la que sólo lo practicaban hombres.
Hoy tenemos el ballet probablemente muy vinculado a lo femenino, pero piensa que (igual que en el teatro, donde durante mucho tiempo los personajes femeninos fueron interpretados por hombres) eso de poner a una mujer en mallas, en un escenario público, en el siglo XVII, no era lo más apropiado del mundo.
Hay artículos académicos que hablan del travestismo en esa época; si te interesa, seguro que encuentras alguno.
Cuestión,
Que saltamos a principios del siglo XIX, que empieza el Romanticismo en Europa y que la literatura y las artes se llenan de fantasmas, elfos, hadas y todas esas cosas que nos encantan a los frikis de la fantasía.
Espera para un «si no lo digo, reviento»: mi querido José Cadalso tiene el honor de haber escrito la primera obra romántica de la literatura universal, Noches lúgubres (1790), publicada, por cierto, por entregas.
Así que ahí empiezan a comer terreno las bailarinas (y el lobo feroz se las empieza a comer a ellas)
Si no te haces una idea del porqué, mira una foto de cualquier bailarín hombre de ballet y fíjate en lo fuerte que está ese hijo de puta, igual como hadita del bosque se te cae la verosimilitud.
Entonces, las mujeres, por necesidad del drama, para acentuar esa ligereza y levedad, empiezan a deshojarse de ropa en el escenario hasta quedar en un corselete y una faldita de muselina (no será hasta La Sylphide, en 1832, que estalle lo del tutú).
Pues claro, imagínate a los pajilleros burgueses de aquel tiempo cómo se les pusieron los ojos.
Así que los hombres empiezan a decirle a sus esposas: «Mon chéri, tenemos que ir más al ballet, que es muy refinado y parisién».
Y venga a mirar chiquillas en mallas.
Y, poco después: «Mon amour, me da que voy a empezar a ir solo al ballet, que, ahora que nos hemos abonado, mis amigos se ponen muy técnicos y creo que te vas a aburrir».
Y empiezan a pagar más para poder ir al backstage de la época a hacerle cuchi-cú a las bailarinas.
Como ya te estarás imaginando, estas bailarinas no eran las hijas de ninguno de esos burgueses, sino más pobres que una rata (de ahí les viene lo de rat) y, las wenas de verdad tenían entre siete y catorce años (y ahí les va lo de petit).
Sus padres estaban en la más absoluta miseria y, por extensión, ellas más, así que esta era una forma de las niñas trajeran plata a casa.
Obviamente, los padres no sólo sabían lo que pasaba en el backstage, sino que las madres, cuerpo presente, solían actuar —en el mejor e infrecuentísimo de los casos, ese de «y todos comieron perdices»— como celestinas, aunque generalmente como madames de sus propias hijas.
Una de estas bailarinas, la señorita Marie Van Goethem, dijo en una entrevista para L’Événement cuando le preguntaron por su madre:
«No, no quiero hablarles porque diría cosas que enrojecerían o darían ganas de llorar»1
Lo de ser una actividad brutalmente disciplinada ya era así desde esta época. Tanto, que la oferta de LinkedIn que veían las niñas habría sido algo así:
Jornada laboral
Toda (de diez a doce horas, seis días a la semana).
Salario
Dos francos el día.
Candidata ideal
Delicada, débil, vulnerable, dócil y sumisa.
Descripción del cargo
Prohibido protestar, hablar, reír o llorar.
Finiquito
Cien francos por año en la Ópera, que la bailarina tendrá que pagar a la compañía de baile al ser expulsada.
Así, quien firmaba aquello, se convertía (si tenía suerte) más pronto que tarde en el pasatiempo de un burgués aburrido.
Imagínate qué suerte.
Pues eso, si quieres saber más de las petits rats, te dejo citado el libro de Camille Laurens.
O también puedes descubrir a la petit rat de Miradero poniéndote al día con Tierra en las uñas, que tiene pinta de que la serie se va a quedar algún tiempo más entre nosotros.
¡Besitos volados!
P. D.: ¡Último día para participar en el segundo movimiento de Alma! Pásate y vota qué quieres que haga en esta entrega, la cosa está reñida esta vez.
cita de Camille Laurens en Little Dancer Aged Fourteen, un libro que narra la vida de la modelo detrás de la escultura hecha por Edgar Degas; escultura que le arruinaría (más) la vida a la pequeña Marie. Pero eso es otra historia.
¡ay que ilu, se nos está acompasando la regla, yo también hablé hoy de ratitas!
ok, ahora en serio, totalmente inesperado eso de los inicios del ballet, muchas gracias por contarlo. Vaya mundo.
Y además de escribir bien, nos ilustras. No, si es imposible no tenerte tirria (modo humor on). jajaja. Me encantas, ¿te lo he dicho ya?