🌾XIV: Antes de rendir el alma
Continuación de la historia de Alma (Decimocuarto movimiento)
Tienes el anterior movimiento de Alma aquÃ:
Si no sabes de qué va esto, o te has quedado más atrás, puedes buscar en el Ãndice de la partida y empezar a leer desde el principio.
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Intentas una hemostasia térmica con una hoja
(83% de votos)
No quieres hacer una hemostasia térmica.
No quieres porque es, de las técnicas que se te ocurren, la única con la que podrÃas ser tú el que termine por cargarse a la paciente. Pero sabes que es la que más posibilidades de éxito tiene para un corte tan sangrante en el cuello.
Con lo fácil que es hacer un packing…
Además, la hoja está demasiado candente, podrÃa ser incluso peor para la herida, y es una hoja que brilla en un mundo alienÃgena, imagÃnate la cantidad de bacterias desconocidas que puede tener eso. Y nunca has intentado una hemostasia térmica. Además, las bacterias; además, cómo manipularla. Y quizá no sepas hacerlo…
Casi te rindes al miedo, hasta empiezas a mirar por dónde cortar la camisa para poder rellenar mejor la herida, pero de pronto te salta una idea por encima del césped de la mente: la hemostasis es la mejor opción. Y otro de esos saltamentes crueles le sigue: si muere después de hacerle un packing por cagón, de esta no me recupero.
Y el campo de la razón se te llena de bichitos saltarines, crueles, que te recuerdan que no habrá lugar seguro donde esconderse después de una decisión tan cobarde. Unos grillos violinistas empiezan a tocar en Fa sostenido: hemostasis, hemostasis, hemostasis…
Miras a las copas de los árboles y piensas que, si no cae ninguna hoja, tampoco puedes tú hacer... Pero un destello violeta empieza a hacer cÃrculos e, insultantemente, aterriza a tu lado, muy cerca, tanto que ni tienes que levantarte para ir a buscarla.
Tocas la hoja y tienes que apartar la mano al momento.
La tomas del pecÃolo, y esa palabra, que nombra el rabito que la unÃa al tallo, nunca antes utilizada en tu vida, te viene a la mente como un cachetón que te espabila la memoria.
Y, con el tortazo, empiezan a llegar más saltamentes, pero de buenos.
Se tiene que enfriar, debe ser incómodamente caliente, pero no incandescente. La posas sobre una piedra y vigilas que vaya apagándose mientras buscas y expones los vasos sangrantes: si destruyes tejido sano, escabechina.
Prepara al paciente para lo que viene. Te das cuenta de que no recuerdas su nombre, o quizá nunca lo supiste, eso habrÃa ayudado un poco. Vuelves a presionar la herida.
—No te voy a mentir —Sus ojos se despegan por fin del cielo para mirarte, igual de aterrorizada—. Ezto te va a doler mucho, pero zólo acà tenemos una pocibilidad, ¿vale? Tienez que aguantar.
Intenta hablar, pero sólo le nace un gruñido débil. Es el shock, normal. Tocas la hoja y, aunque quisieras quitar la mano, puedes aguantarla un poco más. Está lista. Enrollas una manga de tu camisa y se la ofreces:
—Muerde, mejor acÃ.
Ahora, ligero y con cabeza. Descubres la herida y aplicas la hoja directamente al sangrado. La paciente ruge sin parar contra la camisa. Aplicas, revisas; aplicas, revisas. Si el tejido se empieza a carbonizar, retira de inmediato.
Uno de los vasos sangrantes está cauterizado, ya no sangra en absoluto, y a ti te entra un no sé qué dentro como para empezar a llorar. Cuando vas al siguiente, la paciente ya no grita. Tiene pulso, sólo se ha desmayado. La aseguras para que no se vaya a ahogar y sigues. Aplicas, revisas; aplicas, revisas. La verdad, es más fácil sin alguien gritando.
El sangrado no se ha detenido del todo por ese lado, pero prefieres dejarlo asà antes de repetir el proceso con otra hoja y terminar por pasarte de quemada. Buscas la parte de la camisa que te parece más limpia y la haces tiras para vendarle el cuello, y al menos tener una posibilidad contra las infecciones.
Se te ocurre abrir el paraguas y ponérselo al lado, por si pudiera servirle de algo contra otras hojas caÃdas. Te levantas, las manos a las caderas, y te quedas mirando a la paciente descansar.
Eres, probablemente, hablando desde la objetividad de los acontecimientos, la persona más importante y fuerte del Universo.
Sin camisa, te ves las costillas bajo los rizos de un matojillo encarnado en el pecho. Bueno, fuerte de espÃritu.
En algún momento de la contemplación sonreÃda de tu milagro, escuchas ruidos hacia el otro lado del camino, por donde se fue el jinete. Son golpes secos, rÃtmicos; algo digno de investigar para la persona más fuerte del Universo, asà que hacia allá vas.
Claro que, dejando atrás la prueba del milagro, los hombros se te empiezan a cerrar, el pecho se te va encogiendo y hasta te das cuenta de que, de noche, en un bosque, hace frÃo.
Para cuando llegas a la entrada del claro, ya casi vuelves a ser el de siempre, con sus cosas buenas y malas; alguna extraordinaria, como haber salvado una vida cada mañana, con un mensaje, desde mucho antes de salvar la de tu vecina.
Al otro lado de un montón de ramas destrozadas, ves un claro, casi una capilla natural donde las copas de los árboles apenas dejan entrar las luces de las lunas. Aun asÃ, consigues distinguir a aquella montura, reptil emplumado o lo que sea, a un lado, sentada sobre sus rodillas como podrÃa hacer una gallina, y con la misma abstracción estúpida.
En medio del claro, de espaldas, el jinete ha clavado la espada en tierra algo más atrás y, ahora con un hacha pequeña, se afana en golpear las raÃces que se acumulan sobre una especie de altar de piedra.
Sólo nos queda…
Ya sabes, tienes hasta el miércoles 2 de octubre para votar qué quieres que haga nuestro médico pelirrojo salvador de vidas sin camisa.
¡Besito volado!
Ya he votado... Creo que le debes pasar esta idea a George R R Martin a ver si termina sus libros (personalmente, me da igual porque no soy fan, pero a sus fans les vendrÃa bien) : total, él ya se ha cargado a un montón de personajes... 🤣🤣🤣
Uf, veo empate, no me gusta eso.